Llegamos a Okayama en un clima nublado y húmedo. Nos quedamos un rato en el lugar donde el camión nos dejara. Eventualmente los papás de Hiroko nos recogerían. Yo estaba nervioso, no obstante el cansancio del viaje.
La figura de Momotaro es común en Okayama. Esta leyenda cuenta cómo el niño Momotaro, nacido de un durazno y poseedor de una increíble fuerza, realizó un viaje acompañado de varios animales para vencer a los demonios de una isla cercana. La prefectura de Okayama también es reconocida por sus duraznos.
Una vista del centro de la ciudad, frente a la estación del tren, mientras esperábamos.
Llegaron los suegros; las maletas apenas y si cupieron en el carrito. No hubo abrazos ni besos de bienvenida; la efusividad es algo, evidentemente, muy latino, y ciertamente alejado de la cultura japonesa, cortés y respetuosa del espacio. Pero con la misma tranquilidad también me acogieron a mí, desconocido que llegaba a usurparles un espacio de su casa durante esos días.
Tras unos 20 minutos de trayecto, salimos de la zona urbana propiamente dicha y entramos a lo que Hiroko llama "el campo japonés"... que más propiamente sería algo entre un ejido y un suburbio. Las casas están dispuestas entre inmensos campos, pero aún así forman pequeños núcleos urbanos, organizadas a lo largo de calles, y cuentan con todos los servicios.
Es en este campo donde se asienta la casa de la familia. Agrandada con el paso del tiempo para acomodar a la familia extendida, hoy día cuenta con muchos cuartos. Por lo pronto, nos acomodaron en una apacible habitación para descansar un poco.
La casa es una auténtica habitación japonesa tradicional, al estilo rústico de allá. La madera es predominante; las paredes internas suelen ser no mucho más que páneles corredizos con papel de arroz. Las alfombras son frecuentes, así como el piso de duela, necesario para no sufrir al pisar descalzo en un clima tan atrozmente frío. Y es que la casa, siendo tan grande y solo habitada por los suegros, no es costeable tenerla toda bajo el régimen de la calefacción, sino solo determinados cuartos. En efecto, si no se estaba en la cocina / comedor o las habitaciones, más valía traer chamarra.
La vista a través de la ventana de uno de "nuestros cuartos".
Un pequeño jardín japonés se aloja dentro de las paredes de la residencia.
Pasado un rato y tras haber descansado y comido, decidimos aprovechar el día. Hiroko tomó el carro de su hermano (el de ella no estaba disponible) y tomamos rumbo a la cercana ciudad de Kurashiki.
Fue la primera vez que me tocó ver a mi novia manejar por el lado izquierdo del camino.
Una ligera llovizna nos acompañó a lo largo del viaje.
La estación de Chayamachi, a la que Hiroko solía caminar para ir al centro de Okayama.
Uno de tantos negocios con nombre curioso en Japón: el "Tomato Bank". Sí. El Banco del Tomate.
"Por qué nombrar a un banco 'tomate'?" "Pues, porque es kawaii."
Quedé un tanto obsesionado con ese nombre.
Aún de camino a Kurashiki.
La conductora, sentada, por supuesto, del lado derecho del vehículo.
Afortunadamente (para mí como extranjero), la mayor parte de los letreros en las carreteras contienen traducciones al inglés.
Un mercado, evidentemente, muy amigable.
Oh diantre, qué creepy me veo.
Esta tienda de mascotas nos recomienda que disfrutemos con vida mascota, porque es variosa.
Ya entrando al centro de Kurashiki. No obstante ser una ciudad pequeña, hay edificios elevados.
Pero no vinimos aquí a ver edificios, sino a obtener una muestra del Japón tradicional. Kurashiki es famoso por tener una sección pequeña con apariencia intacta desde antes de la 2a. Guerra Mundial. Así podemos obtener una muestra de cómo se vivía y se sentía en aquellos tiempos.
Casas antiguas, faroles, calles empedradas sin vehículos...
El cielo ha clareado por unos momentos y nos permite disfrutar del paseo por el Japón Antiguo.
Un adorno que se coloca en las puertas por la llegada del año nuevo.
Entramos a varias tiendas, de las cuales no me permitieron tomar fotografía. Había artesanías, juguetes típicos, joyería e inclusive una tienda de sake.
Bueno... casi todo era típico.
Las fotos de los escaparates muchas veces las tuve que tomar a escondidas (no fuera a ser). Aquí, una tienda de cerámica, otra cosa de la que Kurashiki se enorgullece.
Muñecas tracidionales y más conejos.
Identifique qué no concuerda en esta foto.
Más cerámica, esta de un estilo diferente. En la prefectura de Okayama existen varios centros antiguos de orfebrería, y de ahí que existan varios estilos que pueden considerarse autóctonos.
Dentro de una de las tiendas, pedí permiso para fotografiar esto: un póster de un manga que está actualmente en publicación, y que aparentemente es del género yuri. Los negocios lo estaban promocionando porque la trama se desarrolla, precisamente, en Kurashiki.
Esta escena es de un museo local, que muestra cómo era la vida en el viejo Kurashiki, y al que no pudimos acceder sino al vestíbulo, debido a que se hacía de noche.
Antes de regresar a casa, Hiroko me mostró parte de la ciudad.
Esta es una tienda de udon a la que Hiroko solía ir. Se llama "Bukkake". El nombre se refiere a la práctica de derramar líquidos sobre algo... en este caso, salsa sobre el fideo, y es lo que lo hace sabroso.
La estación de Kurashiki. Sí, también es de JR, y también tiene un centro comercial, y sí, casi todas las estaciones de JR parece que lucen igual, no?
En casa, ya nos estaba esperando la cena.
Los suegros nos recibieron con un suculento plato de sashimi.
Esto se llama ponzu; es una especie de combinación de salsa de soya con elementos vinagrosos. Lo del centro se llama momijioroshi y es zanahoria y rabo rallados.
Lo que está en el centro de la mesa es un guiso llamado nabe. Se trata de un caldo donde se van depositando los diversos ingredientes: verduras, carne, hongos, tofu, etc. Tales componentes se van guisando, de modo que el caldo es cada vez más sabroso. Ideal para terminar un día de recorrido bajo la lluvia.