Mi hermano Rodolfo, quien nos dio raite, regresó con mi papá a traerla. Afortunadamente, en este caso, la manía de mis padres por adelantarse dos horas (y no una) para llegar al aeropuerto nos dio el margen de tiempo necesario para la maniobra. Mientras tanto, mi mamá y yo dormitamos en la sala de espera.
Al final no hubo ningún otro problema. En el avión, sin embargo, el paisaje fue más interesante que conciliar el sueño.
Tras la escala de una hora en Guadalajara, llegamos a la ciudad de México. En el centro del país se sentía una gran diferencia térmica; yo no aguanté y me quité la chamarra. Y eso que no estamos contando la cantidad de gente que abarrotaba la sala de llegada.
Tras una breve espera, abordamos una camioneta con destino a la Terminal de Autobuses del Norte, una de las cuatro que existen en la Ciudad de México.
La ruta que seguimos coincide con la de la línea 5 del Metro... y a mí me encanta el transporte colectivo en tren.
El típico tráfico sobre la avenida, la vía del metro a la izquierda, un paso peatonal...
y en amarillo, las guardas para tratar de evitar los suicidios.
y en amarillo, las guardas para tratar de evitar los suicidios.
Esta estación hace transferencia con la línea B, que comunica a
la ciudad con los suburbios del noreste.
la ciudad con los suburbios del noreste.
Cada estación del metro tiene, además de su nombre, un logo; esto es para ayudar a que los analfabetas las identifiquen. El de la estación Aragón es una ardilla, pues cerca de aquí está el Bosque de San Juan de Aragón, que contiene un zoológico.
Bienvenidos a la Delegación Gustavo A. Madero;
mantenga sus pertenencias a la vista en todo momento.
Así como tiene lugares altamente glamorosos,
otras partes de la Cd. de México distan mucho de serlo.
Todas las manifestaciones de arte se ven exaltadas en la metrópolis.
Esto dista mucho de ser arte urbano, pero es definitivamente muy capitalino.
mantenga sus pertenencias a la vista en todo momento.
Así como tiene lugares altamente glamorosos,
otras partes de la Cd. de México distan mucho de serlo.
Todas las manifestaciones de arte se ven exaltadas en la metrópolis.
Esto dista mucho de ser arte urbano, pero es definitivamente muy capitalino.
No habíamos comido, pero en cuanto llegamos a la central de autobuses, otro maletero cargó nuestro equipaje, así que no paramos hasta estar justo en el andén. Bendito sea Bimbo y sus higiénicos panes en bolsita.
La terminal tiene capacidad para más de 120 camiones a la vez, y esto no es suficiente. En la foto, se ve un camión de una de las líneas que sirven a la zona de Tula y Tepeji, llamado "Ovni Bus" (¡ja!)
De las dos horas y media de camino que hicimos, una y media la pasamos atascados en el tráfico de la zona conurbada. Para cuando llegamos a Tula, Hidalgo, eran casi las 6 pm.
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Tula, más que una ciudad pequeña, es un pueblo grande. Su relativamente pequeño tamaño no hace justicia a la grandeza de su historia, pues fue la capital de la civilización tolteca, que gobernaba desde aquí los valles de México y Puebla, y tenía influencia hasta Centroamérica; esto entre los siglos X y XII. La moderna Tula de Allende fue fundada en el valle bajo el templo prehispánico por los franciscanos, como pueblo de misión, alrededor de su inmensa catedral.
Hoy día, como cabecera de su municipio, cuenta con todos los servicios y, junto con Tepeji del Río (unos 15 km. al sur), es el núcleo de una región eminentemente agrícola, pero que obtiene gran parte de sus ingresos económicos mediante la refinería de petróleo, tan grande como Tula misma, y que concentra las operaciones que alguna vez estuvieron en la Ciudad de México.
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Quien vive en Tula es mi primo Juan José Plascencia. Originario de Reynosa, Juan llegó en su juventud a trabajar en la refinería y aquí se quedó. Conoció a Lucy, mi prima, y criaron una familia de dos hijas: Jazmín y Lizeth (Jaz y Liz). A pesar de ser mi primo, la edad de Juan se parece más a la de mis papás; sin embargo, mi primo me trata como a un igual.
Liz y su novio Freddy nos recogieron en la central; Juan se llevó nuestras maletas aparte. Su casa, en el llamado Barrio Alto, está a un par de cuadras del centro, por lo que no tardamos en saludar a la familia y reponernos de la malpasada al más puro estilo hidalguense: con deliciosos guisos; específicamente, con unos "chilaquiles duros" (con la tortilla crujiente en la salsa), frijoles y quesos frescos.
Debo confesar que la primera vez que conocí la casa de Juan (hace no mucho) fue de: "qué color rosa tan chillante". Pero estaba menospreciando el verdadero valor de esa casa... que más que una casa, es un verdadero hogar, no solo para quienes ahí viven, sino también para todos los que llegan. Ciertamente, son constantes las visitas, en especial de los hermanos de mi prima Lucy, quienes alegran el ambiente. En ese momento me tocó reconocer a varias personas, que, sin yo acordarme de sus nombres, me recibían con un sincero y gozoso "¡Fer, qué bueno que viniste!"
También me tocó conocer gente nueva. Una de las personas que conocí, con quienes compartimos el alimento, fue una de las sobrinas de Juan. "Mira primo", me dice con su voz alegre y aguardientosa, "aquí esta muchacha tiene el 90% de beca en el Tec de Monterrey; está estudiando... eso de robots... ¿cómo se llama eso que estudias?"
"Mecatrónica, tío", responde ella. Sonriente, morenita, chaparrita, dejaba ver su inteligencia y su sencillez. Más tarde, en la cena, me contaba que apenas había cursado el primer semestre. Me cayó muy bien.
También platiqué con Freddy. Hacía tres años, cuando lo vi por última vez, estaba estudiando. Hoy día trabaja en una nueva empresa en la que, como asesor, ayuda en Pachuca a los empresarios a tomar conciencia de la importancia de la calidad en sus procesos. En un estado en franca depresión económica, su labor apoyando a los generadores de empleos es importante: "Lo hacemos con ganas, pero sobre todo nos gusta tener una dimensión social en nuestra razón de ser". Impresiona más aún su audacia en la proyección: "Mi Fer", me dice, "nosotros estimamos que en cinco años seremos una casa de bolsa".
Sin lugar a duda, gente con grandes proyecciones y mayores corazones.
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Tras jubilarse de su trabajo en la CFE, Juan se mantiene moviéndose, recorriendo el pueblo y lugares vecinos de arriba abajo, organizando rifas, tandas y vendiendo joyería; no hay día que pase que no mueva algo de su negocio. Después de la cena, Juan me llevó a una de sus pesquisas; primero pasamos por el centro.
Después llegamos a la casa de una familia, donde la señora de la casa y sus dos hijas adornaban para la navidad. Nos hicieron pasar, nos ofrecieron café y Juan y la señora se engarzaron en amena plática. Sin ninguna reserva me atendieron, protegido bajo la "credencial" de mi primo; con tanta familiaridad como si yo también fuera un amigo de la familia.
Resultó que mi primo iría pronto a Reynosa a pasar año nuevo con su mamá (mi tía Emma) y pasó para ver qué se ofrecía. Le hicieron un par de encargos que no recuerdo por tener mi mente concentrada más allá de la ventana que tenía frente a mí:
En la vida había visto un árbol de nochebuenas. Creo que mi mente solo relaciona las nochebuenas con macetas. Más tarde, la señora de la casa me permitió (de hecho, me sugirió) pasar a su jardín para poder tomar la foto.
Me pregunto en qué momento se perdió en Mexicali esa familiaridad.
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Mi prima Liz me permitió dormir en su cuarto, mientras mis papás ocuparon la recámara principal. Es decir, tuve privacía... un lujo que no pensaba que iba a tener en este viaje. Nos fuimos a dormir temprano, pues el día siguiente sería de mucha agitación.
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Tula, más que una ciudad pequeña, es un pueblo grande. Su relativamente pequeño tamaño no hace justicia a la grandeza de su historia, pues fue la capital de la civilización tolteca, que gobernaba desde aquí los valles de México y Puebla, y tenía influencia hasta Centroamérica; esto entre los siglos X y XII. La moderna Tula de Allende fue fundada en el valle bajo el templo prehispánico por los franciscanos, como pueblo de misión, alrededor de su inmensa catedral.
Hoy día, como cabecera de su municipio, cuenta con todos los servicios y, junto con Tepeji del Río (unos 15 km. al sur), es el núcleo de una región eminentemente agrícola, pero que obtiene gran parte de sus ingresos económicos mediante la refinería de petróleo, tan grande como Tula misma, y que concentra las operaciones que alguna vez estuvieron en la Ciudad de México.
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Quien vive en Tula es mi primo Juan José Plascencia. Originario de Reynosa, Juan llegó en su juventud a trabajar en la refinería y aquí se quedó. Conoció a Lucy, mi prima, y criaron una familia de dos hijas: Jazmín y Lizeth (Jaz y Liz). A pesar de ser mi primo, la edad de Juan se parece más a la de mis papás; sin embargo, mi primo me trata como a un igual.
Liz y su novio Freddy nos recogieron en la central; Juan se llevó nuestras maletas aparte. Su casa, en el llamado Barrio Alto, está a un par de cuadras del centro, por lo que no tardamos en saludar a la familia y reponernos de la malpasada al más puro estilo hidalguense: con deliciosos guisos; específicamente, con unos "chilaquiles duros" (con la tortilla crujiente en la salsa), frijoles y quesos frescos.
Debo confesar que la primera vez que conocí la casa de Juan (hace no mucho) fue de: "qué color rosa tan chillante". Pero estaba menospreciando el verdadero valor de esa casa... que más que una casa, es un verdadero hogar, no solo para quienes ahí viven, sino también para todos los que llegan. Ciertamente, son constantes las visitas, en especial de los hermanos de mi prima Lucy, quienes alegran el ambiente. En ese momento me tocó reconocer a varias personas, que, sin yo acordarme de sus nombres, me recibían con un sincero y gozoso "¡Fer, qué bueno que viniste!"
También me tocó conocer gente nueva. Una de las personas que conocí, con quienes compartimos el alimento, fue una de las sobrinas de Juan. "Mira primo", me dice con su voz alegre y aguardientosa, "aquí esta muchacha tiene el 90% de beca en el Tec de Monterrey; está estudiando... eso de robots... ¿cómo se llama eso que estudias?"
"Mecatrónica, tío", responde ella. Sonriente, morenita, chaparrita, dejaba ver su inteligencia y su sencillez. Más tarde, en la cena, me contaba que apenas había cursado el primer semestre. Me cayó muy bien.
También platiqué con Freddy. Hacía tres años, cuando lo vi por última vez, estaba estudiando. Hoy día trabaja en una nueva empresa en la que, como asesor, ayuda en Pachuca a los empresarios a tomar conciencia de la importancia de la calidad en sus procesos. En un estado en franca depresión económica, su labor apoyando a los generadores de empleos es importante: "Lo hacemos con ganas, pero sobre todo nos gusta tener una dimensión social en nuestra razón de ser". Impresiona más aún su audacia en la proyección: "Mi Fer", me dice, "nosotros estimamos que en cinco años seremos una casa de bolsa".
Sin lugar a duda, gente con grandes proyecciones y mayores corazones.
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Tras jubilarse de su trabajo en la CFE, Juan se mantiene moviéndose, recorriendo el pueblo y lugares vecinos de arriba abajo, organizando rifas, tandas y vendiendo joyería; no hay día que pase que no mueva algo de su negocio. Después de la cena, Juan me llevó a una de sus pesquisas; primero pasamos por el centro.
Después llegamos a la casa de una familia, donde la señora de la casa y sus dos hijas adornaban para la navidad. Nos hicieron pasar, nos ofrecieron café y Juan y la señora se engarzaron en amena plática. Sin ninguna reserva me atendieron, protegido bajo la "credencial" de mi primo; con tanta familiaridad como si yo también fuera un amigo de la familia.
Resultó que mi primo iría pronto a Reynosa a pasar año nuevo con su mamá (mi tía Emma) y pasó para ver qué se ofrecía. Le hicieron un par de encargos que no recuerdo por tener mi mente concentrada más allá de la ventana que tenía frente a mí:
En la vida había visto un árbol de nochebuenas. Creo que mi mente solo relaciona las nochebuenas con macetas. Más tarde, la señora de la casa me permitió (de hecho, me sugirió) pasar a su jardín para poder tomar la foto.
Me pregunto en qué momento se perdió en Mexicali esa familiaridad.
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Mi prima Liz me permitió dormir en su cuarto, mientras mis papás ocuparon la recámara principal. Es decir, tuve privacía... un lujo que no pensaba que iba a tener en este viaje. Nos fuimos a dormir temprano, pues el día siguiente sería de mucha agitación.
Me fui a dormir, pues, con mucho sueño... y un buen sabor de boca.
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