24 nov 2021

Gratitud

Tengo una semana de vacaciones: mi empresa la ha nombrado "la semana del agradecimiento", como extensión al Día de Acción de Gracias y también en reconocimiento de los esfuerzos en tiempos de COVID.

Junto a la anticipada semana, la cual cayó como un respiro a muchos, la empresa nos dio un regalito. Sería algo especial, de edición limitada, como siempre; algo que tiene más valor por haberte tocado, por haberlo merecido, o al menos por haber estado en el lugar correcto y en el momento correcto.

Dado que casi todos trabajamos remotamente, la logística fue mucho más complicada que en el resto de las (ahora contadas) ocasiones en las que nos ha tocado recibir algo así; usualmente uno va a algún lugar dentro de la oficina y ya. Esta vez tuvimos que confirmar nuestra dirección de envío con semanas de anticipación. Se nota que le echaron ganas.

El más cínico podrá decir que es solo una pieza de publicidad interna; que están comprando nuestra preferencia por otras opciones de trabajo, sobre todo dado el mercado laboral actual. Yo no creo que sea así; en el esfuerzo se nota la intención.

Tal vez por eso hubo tanta emoción con respecto al detallito. Algunas personas comenzaron a recibirlo; sus mascotas se metían en las cajas y eso se volvía una foto para el Slack interno. Comenzaban a llegar pistas de qué sería el regalo. A mí de plano me revelaron qué era el viernes pasado, justo antes de las vacaciones.

El regalo fue una cobijita. Está bordada con un motivo derivado del logo de la empresa, pero no parece propaganda comercial. No lo es; en la caja llegó también una nota de agradecimiento de los dos líderes más visibles de la empresa. Muy buen swag.

Me llegó el lunes.

20 feb 2021

Lo que he hecho con mi vida, otra vez.

Lo último que supiste de mí, lector, es que vivía yo muy contento en Saltillo, Coahuila con mi prometida Hiroko.

Algunas cosas han cambiado. Sigo viviendo contento. Ya no estoy con mi prometida Hiroko, pero sí con mi esposa Hiroko. (Es la misma persona, sí.) Notablemente, ya no estoy en Saltillo, ni en Coahuila, y ni siquiera en México.

Verás.

Hacía falta un cambio en mi vida. Me había estancado en lo profesional. No diré que no fue, en parte, mi culpa... pero sí diré que solo en parte lo fue. Al final, era necesario salir, cambiar de aires.

En Coahuila dejé muy buenos amigos y una vida relativamente estable. Hiroko fue a perseguir sus sueños profesionales al Bajío. Mi idea era ir con ella en cuanto encontrara otra oportunidad de trabajo - y esta vez realmente programando. Buscaba un trabajo remoto, idealmente, pero estaba abierto a mudarme dependiendo de la oportunidad.

Lo que no esperaba es que esa oportunidad llegara del Valle del Silicio.

Ocurrió todo a una velocidad impresionante. Un fin de semana asistí invitado a una ronda de entrevistas  en Guadalajara, organizada mediante la empresa de mi ahora estimado amigo Jason, para trabajar en una de las grandes compañías de software. Obtuve una llamada telefónica esa misma tarde: había una oferta, una plática que hacer con mi prometida, una decisión de vida.

La semana siguiente estaba de regreso en Saltillo. Ya estábamos en proceso de dejar nuestro departamentito allá; la idea era mudarnos a León. Hubo que acelerar el trámite. Decirle adiós a amigos. Ver la vieja oficina (¡casi siete años!) por última vez.

En agosto llegué al Aeropuerto Internacional de San Francisco. Jason y los suyos nos acogieron, a mí y a otros cuatro mexicanos, como si fuéramos familia. Me establecí en Dublin, un suburbio tranquilo alojado en un fresco valle interno del Área de la Bahía. Escogí por vivienda un lugar cercano al transporte público; los seguidores de este blog (si todavía los hay) quizás recuerden que soy fanático de los trenes y metros. Una semana después comenzó mi aventura en Lyft.