Creo que a P. lo conocí cuando era novio de O., quien es parte de la "vieja" generación del coro de mi parroquia. Los del coro pasamos mucho tiempo juntos, compartiendo vivencias, de modo que es natural que, ya egresados, permanezcan los lazos de amistad, aún si solo nos vemos en los cumpleaños.
P. y O. se casaron y los otros ex-miembros del coro tal vez se acercaron más a ellos, pero al menos yo los seguí viendo en los cumpleaños. Lo que sí es cierto es que mi imagen mental de ellos es de cariño; si bien ambos con una personalidad callada, reservada, eso no quiere decir que no estaban contentos.
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El martes pasado, como a las 10:00 am, estaba como de costumbre en mi escritorio, en Ingenio, cuando Krystian y Melissa me preguntaron si quería algo de la cafetería. "Pues vamos", les dije. Estaba algo caluroso ya a esa hora.
Recorriendo el camino hacia la cafetería principal del CETYS me llegó un mensaje de M., otra de mis amigas del coro... un mensaje, por lo menos, inusual.
- "¿Qué pasó?" - reaccionaron mis amigos.
- "...me mandaron un mensaje. Falleció un amigo."
El día habría sido muy bueno de otra manera.
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A las 8:00 pm paso por otra de mis amigas del coro, quien vive a un par de cuadras de mi casa.
- "¿Qué fue lo que le pasó? ¿Tú sabes algo?" - le pregunté en cuanto se subió al carro.
- "Parece que ya traía complicaciones del hígado. No le coagulaba la sangre. Como que tuvo una hemorragia interna..."
- "..."
- "Según me dijo A., lo internaron desde el viernes."
- "Al menos no fue tan repentino", me dije. "O. habrá tenido un poco de tiempo para hacerse a la idea."
Llegamos al velatorio para encontrar a mucha gente y entre ella, a O. desconsolada. Impresionantemente desconsolada... llenamente desconsolada.
Poco a poco fueron llegando los demás. A., su mejor amiga y mi comadre (O. y yo fuimos padrinos de bautizo del primer hijo de A.) había estado con ella durante la tarde. "Eran una pareja muy compenetrada", me comenta. "Siempre los veías juntos."
Los amigos nos fuimos congregando y estuvimos ahí un rato. Fue una reunión, no por predecible, menos extraña. Al cabo de un rato, resolvimos pedir permiso a O. y tras acceder, cantamos; afortunadamente llevaba mi guitarra. Fue un canto dulce, de alabanza, de tranquilidad, pero no suficiente... no todavía.
Mi recuerdo más profundo de esa noche fue acercarme a O. cuando estaba frente al féretro de su marido. Ella no lo podía creer; no tenía que decir nada para expresar cuán profundamente deseaba levantarlo, sacarlo de ahí, llevarlo a casa a cenar lo que él le gustara e irse a dormir como todos los días. Quizás aún tratando de aceptar que eso ya no se podía, si bien la semana pasada había estado tan normal como siempre, O. lo besó a través del cristal. Ambos sabían que la enfermedad crónica de P. podría cobrar su vida, pero ¿tan pronto?
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Ayer sábado no alcancé a llegar a una de las misas que se ofrecieron en favor de P., pero sí alcancé a estar con los que iban saliendo. O. se veía más recuperada... no diré más optimista, pero sí fue capaz de aceptar y hacer bromas. Estuvimos en el atrio de la parroquia un ratito, junto con su familia, y cuando nos íbamos comenzó a llover. "Ay, comadre, está lloviendo; de seguro porque no te bañas." "Usted fue el que no se bañó, ¿verdad, compadre?"
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A P. lo conocí poco. Solo lo suficiente para saber que sí fue una buena persona, que quería fervientemente a O., y eso me basta. Yo seguiré rezando por él esta semana (ahí si me quieren hacer el paro), pero también por O., porque necesita recuperarse, levantarse... seguir su vida.
Lo que sí es cierto es que solo Dios sabe por qué hace las cosas. Un argumento por lo menos débil para quienes no creen en Dios (o quienes creen en que no hay dios, más exactamente), pero potente para los que vivimos en la fe, siempre que confiemos en que Dios tiene un buen camino para nosotros... por muy torcido que pueda parecer a veces.