31 dic 2007

Mis nueve días de navidad: Prólogo

Anoche, alrededor de las 11 pm, mis papás y yo regresamos a casa, a Mexicali.

El cúmulo de experiencias vividas, sea por su variedad, por su complejidad o tal vez por su sencillez, no podrían quedar justificadas en un solo relato. Sí puedo decir, en una frase, que esta navidad queda clasificada como "importante"; ciertamente fue una ocasión para descansar, aprender, disfrutar, pensar, cansarse, rezar, abrazarse... vivir.

Desde el inicio pensé que sería una mejor idea si hacía un relato, día por día. Solo así podría acercarme a hacerle justicia a las diversas vivencias. Con este propósito, me llevé la laptop, no para conectarme a internet (hacer un "broadcasting" en vivo habría sido ideal, pero poco asequible), sino más bien como repositorio de las fotos que procuré ir tomando, en su doble función de arte y de memoria visual.

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A manera de prólogo.

¿Cómo es la vida de un geek? En mi caso, rodeada de computadoras que significan, al mismo tiempo, trabajo, estudio y diversión; vehículo de comunicación y, a veces, fuente de frustración. Como sea, el geek también requiere el contacto humano - de otra manera no podría ser plenamente geek: es la eterna cuestión filosófica: ¿si el árbol cae cuando nadie lo oye, realmente cayó? El geek se expresa como tal cuando convive como tal, sea con los demás o consigo mismo.

Con todo, la interacción implica que un geek no puede quedarse en el frío mundo del metal y los intangibles bienes electrónicos. Como toda persona, buscamos, a veces anhelamos el contacto humano. En mayor o menor medida, me es necesario transgredir mi barrera para encontrar experiencias diferentes, agregándolas a mi sistema.

La semana anterior a la partida fue una de menos trabajo y más preparación psicológica. Lo que no salió, no salió; lo que hay que preparar, a hacerlo rápido. Ir a conseguir regalos tendrá que ser más pronto; preferiblemente cuando a nadie se le ocurra cruzar a Calexico. Las bolsas de regalos se acumularon en mi cuarto; cumplí con varios compromisos; a instancias de mi mamá, aparté la ropa para llevarme y tuve que comprar ropa interior nueva.

El día 20 de diciembre fue jueves; ustedes lo recordarán. Yo lo recuerdo como mi último día de trabajo de este año: en consideración a ello, en Ingenio fuimos a comer; más tarde, tuvimos nuestro brindis.

Hugo, Orlando y mi "hermana" Rosita, listos para el brindis.

Kena y Jorge son novios. Kena cantaría en un recital ese día.

Todos somos amigos en Ingenio, por lo que, a pesar del ambiente gris-azulado, institucional, los civilizados deseos de prosperidad terminaron dando paso a momentos más informales. Hugo, nuestro presidente, nos anunció que el 2008 viene cargado de momentos emocionantes como empresa, por lo que debíamos prepararnos: el máximo esfuerzo nos será exigido tan pronto pongamos un pie en el inmueble, desde el día 2 de enero.

Kristyan, Ernesto e Iskra.



Tan pronto salí, acudí a casa de Olga, con la intención de darle a su novio Vincent su abrazo de navidad y su despedida. La idea original era ir a un café, pero Olga andaba algo enferma de la gripa, por lo que me recibió en pijama en su casa.

Olga y Vincent. Fuera de cuadro: los pantalones de franela
con motivo de Garfield de la anfitriona.


Más tarde llegó el Chino, quien nos pidió un favor. El bato, por muy seco que pueda ser, también es detallista, sobre todo cuando quiere quedar bien con alguien. Esta vez se decidió por regalar a cierta persona, con quien está desarrollando lazos, una interesante tarjeta de cumpleaños: una canción; más exactamente, la - desafinada - interpretación de alguna canción de Los Beatles, misma que terminó siendo "I want to hold your hand".

Como siempre, el Chino andaba cansado de su trabajo en la planta de Sony.
Aquí estaba estudiando la letra de la canción.


El Chino puso la idea, el micrófono y el sentimiento; yo, la guitarra y el software de grabación; Olga la sala de su casa y el internet; Vincent los rasgueos... y todos, nuestras laptops.

Su humilde servilleta.

Resultó que "el Vicente" sabe de guitarra clásica y rápidamente
pudo sacar la canción, con todo y bajeos.


Los lectores de este blog recordarán que Olga es mi amiga de la universidad que se fue a estudiar su posgrado a Italia; desde antes ya conocía a Vincent, quien es oriundo del sur de Francia; al encontrarse, su ciber-amistad se tornó en un fructífero noviazgo.

Ambos acababan de regresar de un tour por el centro de México, similar a lo que yo habría de experimentar. Para Olga, significó conocer mejor sus raíces; para Vincent fue una experiencia cultural. Esa noche, para todos, fue algo multinacional: los mexicanos y el francés cantábamos en inglés una canción (de los Beatles, para ser exactos) para una muchacha china radicada en Costa Rica.

Fue muy divertido. Pero también me puso a pensar: ¿cómo se llevan las familias multinacionales? O más bien: ¿de dónde sale esta multiculturalidad? Me maravillé con las posibilidades que los medios actuales ofrecen.

Yo, sin embargo, estaba a punto de sumergirme en lo contrario: sería un viaje de nueve días hacia atrás, hacia mis propias raíces; conviviría con familias en donde el internet, la pluriculturalidad y los rápidos cambios de la aldea global tienen menos efecto que la tradición del día a día, el contacto físico y la fraternidad. Lo que iría a (re)descubrir no solo sigue el rastro de mi propia herencia familiar: es su evolución en un medio distinto, en un México diferente, en una localidad de tradiciones y valores diferentes, tradicionales... ¿obsoletos?

Ya desde antes, había estado yo sobre el rastro de poder abrirme más hacia mi propia familia nuclear: mis papás. Ellos envejecen; yo avanzo con paso firme hacia los treinta. En este orden de cosas, ¿cómo me corresponde interactuar? ¿Cómo debe evolucionar mi relación para con ellos, de manera que no se me escape ningún momento? ¿Cómo abrir más mi corazón, sin llegar a la inmadurez o la vulnerabilidad?

En mi cabeza quedaron las preguntas mientras regresaba de mi pequeña juerga, más o menos a las once treinta... y se volatilizaron al encontrarme una casa iluminada y - para mi molestia - muy activa (y con lo cansado que estaba...) Al final, terminamos durmiéndonos a la una de la mañana; solo tendríamos cuatro míseras horas para recuperarnos, arreglarnos y tomar el vuelo de las siete.

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