2 feb 2007

Fotografía #4. El mesabanco apartado.

Le tocó ser el último en presentarse. Parecía cosa adrede. Sin embargo, después de todo, fue él quien, a la instrucción de "acomoden sus mesabancos pegados a la pared", se había apartado de los demás, quedando solo, bajo el cooler que soplaba y chorreaba agua.

Hacía un año, cuando entraba a la secundaria, encontró un nuevo mundo: el de la adolescencia. Fue recibido por un influjo de nuevas experiencias y nuevas hormonas, muchas de las cuales le hicieron preguntarse hasta rabiar: "¿por qué?" Sus amigos eran pocos: JC., Z., A. y él eran la pandilla (solo A. no era "nerdo"). Eran pocos, pero los había.

Ahora, en segundo, la competencia por las calificaciones era peor que antes. Nunca logró pasar del tercer lugar en el cuadro de honor, y menos con competencia como An., el mismo Z., e inclusive C., ella, la primera ella, la ella de pelo rubio y lacio que llegaba casi a la cintura, la ella de ojos claros, tez clara y sonrisa de ángel.

Al enamorarse, él descubrió algo nuevo: tenía alma de poeta. En el segundo año, la profesora M., temida en la escuela, les enseñó poesía clásica, como lo marca el programa. Y allá va la pluma rasgante a crear sonetos y no se cuántas cosas más, y si bien la tinta era negra, estaban escritas con sangre. C. se sentía también un poco confundida al recibir los poemas - sin duda halagada, aunque en aquella ocasión que leyera su correspondencia sentimental enfrente de sus amigas (y de él mismo) resultó bastante incómodo.

Seguía, en esencia, sintiéndose el raro del salón. Sus hábitos aún dejaban mucho qué desear. El rechazo de la niñez, cruel y despiadado, se había trocado en la adolescencia por... por... ¿qué?

Así que, aquella mañana, entre el primer y el segundo recesos, le tocó ser el último en presentarse ante las trabajadoras sociales, y lo hizo más o menos de esta manera, la más veraz que le surgió:

- Hola, yo soy ... y, como verán, soy el rechazado de la clase."




El salón de inmediato se llenó de... ¿protestas? Sí, están protestando, le están diciendo: "¡No es cierto! ¡No te rechazamos! ¡Tú solito eres el que te aíslas!"

- Pero no es cierto... a cada rato me dicen de cosas... no me aceptan.
- ¡Tú eres quien no nos acepta! Tú eres quien nos dice que el rock no es música, y tampoco te acercas a jugar basketball cuando nosotros lo hacemos. ¡No te rechazamos!

Fue la presencia de las trabajadoras sociales, que mediaron el encuentro, quienes hicieron que la cerrada psique de nuestro protagonista otorgara validez a esas palabras, nuevas y extrañas... validez a algo más allá de sus propias narices, afuera de su mundo, ése mundo creado por sus padres y por su propia cobardía, al no explorar la vida más allá de sí mismo.

- Pero... lo que me dicen...
- Te lo decimos por tu bien; tienes que mejorar tu higiene; a veces hueles mal; ¡córtate las uñas!
- Pero...
- No te va a pasar nada si escuchas rock de vez en cuando. No es música del diablo; no te dejes influenciar tanto por tus papás.

El shock fue terrible y hermoso. Su mirada cambió.

- Creo que... lo voy a intentar.
- Entonces, ¿por qué no empiezas de una vez? Acerca tu mesabanco con tus compañeros - dijo una de las trabajadoras.
- ...sí.
Los aplausos fueron espontáneos.

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