Después de Tsukiji...
...pasando frente a la puerta del mercado...
...nos enfrentamos de nuevo a la maraña de trenes.
Iremos ahora a casa de Satomi, quien nos invitó a conocerla.
Satomi vive en Tokyo, pero no en la sección principal, formada por los 23 "barrios" o "ciudades especiales" (ku, 区) que forman oficialmente la Metrópolis de Tokyo, sino en uno de los suburbios del oeste, en la zona colectivamente llamada "Tama" (多摩).
Allá la renta es más barata y la vida más tranquila. Así que para llegar ahí, reproducimos parte del trayecto que muchos japoneses realizan al viajar de la casa al trabajo, pasando por la
estación de Shinjuku, una estación y centro de transferencia de tráfico entre el tren JR, los metros y autobuses.
Atendiendo a 3.6 millones de pasajeros diariamente (según cifras de 2007), la estación de Shinjuku es la más concurrida del mundo. También es muy grande - más de 200 salidas. Pero por ahora, solo vamos de paso, y hay que caminar rápido.
La zona de Shinjuku también es famoso por ser centro de la moda en Tokyo. Más tarde en nuestro viaje lo recorreremos.
Por ahora, sin embargo, hay que pasar del metro al tren de cercanías que comunica con la región de Tama.
Las estaciones de JR siempre parecen ser "de tren" y no "de metro". Hay ciertos aspectos que las diferencían: la iluminación, la altura del cielo raso, el hecho de que suelen estar abiertas al aire.
Abordemos.
Todos los trenes están tapizados de anuncios... eso sí, todos recientes y legibles, ninguno roto ni nada. Éste anuncia una publicación referente a las niñas de
AKB48.
En una de esas, nos tocó ver, en una terminal de metro, cómo un señor de Mantenimiento cambiaba de anuncios rápidamente. Cada lugar donde se puede poner un anuncio tiene un numerito. Me imagino que los diferentes lugares podrían tener diferentes costos, según su visibilidad.
Lo había leído antes, pero no lo había constatado. Las estaciones de tren fungen como centros urbanos. El tren va a ras del suelo, de modo que, habiendo salido de la zona central de Tokyo, es posible observar cómo los edificios disminuyen de tamaño y densidad... excepto cuando uno va llegando a una estación.
Nos bajamos en la estación de
Musashi-Koganei (
武蔵小金井駅)de la línea
Chuo (que va a Nagoya). El tren iba retacado de gente que regresaba a sus casas después del trabajo. La estación está en el corazón de la ciudad de
Koganei, uno de tantos humildes suburbios (y sin embargo, hospeda los centros corporativos de los estudios
Gainax y
Ghibli).
Algunos muchachos inclusive traían uniforme escolar... se supone que están de vacaciones, pero Hiroko me dice que algunos van a eventos especiales o a entrenamientos.
El viaje desde Shinjuku hasta acá fue como de media hora.
Un pequeño centro comercial está justo afuera de la salida norte. Ahí fuimos a comprar algo para beber.
Entramos en un pequeño supermercado subterráneo - posiblemente un
Seiyu. Lo que sí recuerdo es que ofrecían la tarjeta de crédito Walmart.
Las muchachas, jugos; yo elegí una Calpis Soda.
Subimos a un camión urbano. Cuántas diferencias con México... cuesta ennumerarlas.
Se paga al bajar, no al subir. Hay que pagar en una máquina con cambio exacto (y ser rápidos).
El camión es limpísimo y no se maneja brusco. Los asientos son cómodos.
Hay paradas designadas, las cuales tienen nombre; al frente del camión hay un letrero luminoso que va anunciando en dónde se está. Si se desea bajar, se presiona un botón que no hace ruido.
El chofer *apaga* el camión en los semáforos para evitar gastar gasolina y contaminar de más.
Finalmente, el camión es japonésmente puntual.
Con todo, sigue siendo un camión.
Ya caía la aurora para cuando bajamos. Hubo que caminar algunas cuadras.
Esta calle secundaria está llena de puestos de ramen - cosa que le encanta a Satomi.
Al pasar por estas calles, no pude dejar de sentir un cierto "ambiente de ánime". Díganme si no.
Quien vive en una casa particular, especialmente en Tokyo, es que tiene dinero, o por lo menos ahorró bastante.
Satomi vive en un departamento chiquitito, en un edificio que es propiedad de la institución para la que trabaja; gracias a ello paga una renta reducida.
Cantamos karaoke... en español. Hiroko, Satomi y Minori se conocieron en la universidad, donde estudiaron juntas la carrera de Español y Cultura Latinoamericana. Así que a las tres les interesa la "onda latina", por decirlo así.
En la casa de Satomi fue el primer lugar donde tuve que quitarme los zapatos para entrar.
Té verde y mandarinas para los invitados. Los productos mexicanos los llevamos nosotros a las muchachas. La idea era hacer una cena mexicana... pero estábamos llenos todavía.
Se fue acabando el fin de semana. Minori, que vive en Nagoya, debía apresurarse para tomar el tren bala... así que, con pocas ganas, partimos.
El edificio tiene nombre. En Japón, todas las casas particulares deben tener el apellido de la familia que vive ahí, e idealmente los nombres de sus integrantes. En el caso de los edificios de departamentos, aparentemente esta es la alternativa.
Satomi nos acompañó hasta la estación, donde nos despedimos de ella. Minori, Hiroko y yo montamos en el tren hacia Shinjuku; Minori se bajó algunas estaciones adelante para transbordar al
Shinkansen. La partida fue melancólica. Estuvimos muy contentos con nuestras guías, que nos atendieron de maravilla.
A continuación, Hiroko atendería una reunión con sus amigos. Nos equivocamos de estación y tuvimos que desandar algo de camino... se hacía tarde, así que cuando bajamos, no hubo mucho tiempo de tomar fotos al centro comercial que acompañaba a la estación correcta,
Kokubunji (
国分寺駅), en la ciudad de
Kokubunji.
Aún y estando algo oscuras, las calles del suburbio no se sienten peligrosas. No importa mucho que seamos forasteros en evidente búsqueda de una dirección. La gente es tranquila; saber que no te pasará nada hace una gran diferencia.
Hiroko esperaba ver a sus amigos en este café, el cual promulga la filosofía de "tómate las cosas con calma". El café, me dijo, fue fundado por un profesor de su universidad, y siempre había tenido ganas de venir. El ambiente era entre tropical y hippie - un contraste a la vida high-tech del tokiota. (Mexicalenses: hagan de cuenta el Slow Down).
Adentro daban una conferencia sobre educación Montessori, la cual esperamos a que acabara; los amigos de Hiroko estaban en ella, según esto.
Al lado estaba este otro local. Es, al parecer, una cadena originaria de la "sección tropical" del país nipón, las islas de Okinawa. A Blue Seal hay que ir por su helado.
Hacía frío y fui por un café. Las bebidas de arriba son "frescas"; las de abajo, "tibiecitas".
Mientras esperábamos, comenzaba a compartir con Hiroko mis impresiones de Japón: la urbanización, la civilidad, la conveniencia de tantas cosas, la ecología, la ubicuidad de los trenes. Me preguntaba por qué en América no podemos hacer las cosas más similares a esto.
Acabó la reunión, pero Hiroko no encontró a sus amigos. Tras un rato de deliberar qué hacer, y ante el hecho de no tener un celular, decidimos buscar un teléfono público. Yo había visto algunos frente a la estación.
Así que regresamos.
Terminamos usando otros teléfonos dentro de la estación. Estas cajas verdes son los teléfonos públicos. Curiosamente, son más ubicuos que, por ejemplo, en Estados Unidos, no obstante que en Japón cada persona tiene un celular.
Mientras Hiroko llamaba, una persona ocupó uno de los teléfonos de atrás, brevemente. Era de edad avanzada. Quizás por eso Japón no ha retirado este servicio: respeta a sus ancianos.
Si no tienes tarjeta telefónica (la cual no se vende en cantidades pequeñas de dinero) el teléfono es medio rata. Solo admite monedas de 10 yenes o de 100 yenes, y solo pueden echarse cinco de cada género a la vez. . Las de 10 yenes duran muy poco y las de 100, demasiado. Además, no dan cambio.
Resultó que una de las amigas de Hiroko sí había estado en el café, pero no la vimos. La persona con la que Hiroko llamó (largo y tendido) no podría atendernos; vivía cerca de nuestro hotel, pero las presiones del trabajo son duras. Nada personal; el japonés vive una vida muy exacta y los imprevistos pueden ser difíciles de manejar.
Estamos cansados, pero al fin solos. Con todo, aún tenemos un poquito de cuerda - y lo más importante, tenemos hambre.
Ya a esta hora, el tren está menos concurrido. Deben ser como las 8 o 9 pm.
Regresamos a Shinjuku, que sigue bien concurrida. Logramos recordar el camino de regreso a través de la estación.
Mañana: Shinjuku de noche.