Hoy me pasó algo que me dio más risa que pena.
Verán, cuando era niño no utilizaba los mingitorios. Quizás porque en una casa no hay mingitorios y porque no me gustaba mucho la idea de realizar mis necesidades estando a la plena vista de extraños. Las primeras veces que, ya en la adolescencia, traté de utilizarlo, fue inútil: mi voluntad se había atrevido, pero mi subconsciente no había vencido el "pudor". Iba yo, me paraba frente al mingitorio, me preparaba... y nada sucedía, no obstante cuántas ganas trajera, mientras sintiera la presencia de otros en mi cercanía. Los gringos le llaman a esto tener una vejiga tímida.
Por supuesto, pasó el tiempo y, de a poco, me fui superando. El hecho de tener pequeñas paredes alrededor de muchos mingitorios ayudó inicialmente. Luego pude hacerlo en cualquier mingitorio, al darme cuenta de que, al final, uno va al baño a hacer su asunto y se va - no a andar juzgando las técnicas del de al lado. Mi logro final fue cuando tuve que hacer pipí a la intemperie.
Hoy en la tarde, me tocó levantarme al baño a eso de las 4:20 pm (la de después de comer). Curiosamente, coincidí con una de las personas de la oficina de al lado. Nunca convivimos con ellos, de modo que pueden catalogarse como perfectos extraños.
Quizás fue la desazón de toparme con esta persona desconocida y que coincidiéramos exactamente en nuestro camino, a escasos dos pasos uno del otro, y el hecho de que él también pareció verse, acaso, un tanto perturbado por la coincidencia. Quizás ambos esperábamos tener el sanitario a nuestras anchas, esperando la libertad de un espacio de dos minutos en el cual ser libres de las opresiones rutinarias, descansando la mente a la vez que el cuerpo... y en vez de eso, nos hallamos involuntariamente acompañados, obligados por las convenciones sociales a seguir mecánicamente nuestro camino hasta culminar, él en el tercer mingitorio, yo en el primero, y proceder a...
...nada. No había nada. Mi vejiga tuvo un ataque de timidez. Y, a juzgar por la ausencia total de ruido, también la de mi compañero de infortunio. Pero ambos seguíamos ahí, mirando directo a la pared, simulando la normalidad de algo que no sucedía. Fue más la pena ajena que la propia, tanto que estuve a punto de soltar una carcajada.
Como medio minuto después, no soporté más. Hice como que terminaba mi asunto, me lavé las manos y me las sequé con toda normalidad y dignidad. Como en un acuerdo tácito, mi compañero de penas continuó en su posición original, quizás esperando a que yo finalmente me fuera para poder relajarse en paz.
Un par de minutos después, yo me desahogaba (al fin relajado) en el sanitario de un piso superior.
3 comentarios:
jajajaja suele pasar!
me da gusto que vuelva a postear mas seguido!! como dice usted en su post anterior, los amigos siempre seran amigos y estaran al pendiente los unos de los otros!
un saludo
Jajajaja. Creo que la clave podría ser cerrar los ojos ¿o no funciona? Saludos :)
haaaaaaaaaaaaaaaahahahahhaa neta que ese tipo de cosas divierte leerlas x que como morrita que soy pues no las vivo :D gracias por compartirlas!
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