El bloggercafé: una experiencia fascinante.

Después del episodio narrado en el post anterior (o siguiente, depende de la perspectiva; si no lo has leído, lee ese primero), llegué directo al café Cuarto "D", para encontrar... nada. Bueno, no nada: ahí estaba el café, de eso no había duda. Lo que faltaba era gente. Y luz. Y básicamente cualquier signo de Ave o de cualquier otro bloguero. O para fines prácticos, cualquier otra persona. Alguien que me oriente. Qué más da: seguro Ave o alguien posteó o mandó correo sobre esto. Vale la pena ir a la oficina a investigar. Y eso hice.

Efectivamente, la siguiente misión fue buscar el Café Atico, ubicado sobre Zaragoza. ¿Que nunca lo han visto? No es de extrañar: es un café muy pachoncito, pero, carajo, bastante escondido. Claro que la indicación que Ave dio en su correo ("enfrente de la Mevalza") yo me la pasé por un tubo y procedí a recorrer TOOODA la Zaragoza, con especial atención en la cuadra enfrente del Cobach, convencido de que si había un café en la Zaragoza tenía que andar por ahí. (En efecto, hay otro café ahí, pero las dueñas no me pudieron dar la menor pista.)

De modo que ya eran las 8:20. A esa hora, seguro ya se habrían ido todos, me dije. Pero, ¡qué más da! Mi orgullo de cachanilla me impedía quedarme con la duda: ¿dónde carajos está el Café Atico? Si no los encuentro, pensé, al menos sabré de otro lugar para visitar de vez en cuando. Y allá voy: me bajé del carro frente al Cobach y me puse a recorrer dicha cuadra a pie. Y nada.

Pero no me conformé: me decidí a seguir la operación, cuando mucho, hasta el Seguro Social; ya después de ahí sería difícil encontrarse con un segundo piso y un café en él, según la descripción dada en el e-mail. Enfilé mi carrito de regreso y lo estacioné de nuevo, esta vez a una cuadra antes de la Mevalza.

Eventualmente unos tipos vieron mi cara de despiste y me preguntaron, ¿buscas el Café Atico? Sí, les respondí. Ahí está, me señalaron, mirando hacia la puerta abierta con una escalera que tenía frente a mis narices. Este era el lugar.

Y vaya si es interesante. Por arriba es un café chiquito y muy al estilo "café-que-instalamos-en-una-vieja-casa-para-que-te-sientas-agusto", pero a mí lo que más me agradó fue la escalera: las estrechas paredes que la atrapan, en vez de volverla algo creepy, la convierten, con sus murales y dibujos, unos familiares y otros novedosos, en un espacio de transición entre la dura y fría calle y un lugar donde puedes relajarte y sentirte libre, agusto, artístico incluso.

Total que llegué y, contra mis predicciones, había gente. No mucha, pero la suficiente. Y he aquí que me encuentro instalados en un sillón a Marisol y a Telepedro. Marisol trajo su cámara narcisista y todos pudimos enamorarnos de sus formas agudas y relumbrantes. También traía unos converse rosas que le combinan muy bien al color de su blog. Telepedro, por su parte, puso su dosis de telepedrismo y al buen rato le marcó su abuela para verificar en dónde andaba. No mucho después llegaría Karla, la chica cultural, con quien aprendimos sobre cómo la cultura cucapá está al borde de la desparición y de los intentos de ella y su novio por rescatar algo de ella.

Fue una noche muy agradable, a pesar de que llegamos tarde y por eso tal vez nos perdimos de la presencia de la organizadora, quien, sospechamos, tal vez creyó que nadie llegaría y abandonó el lugar antes que la pudiésemos encontrar. Ya otra vez será. Juntémonos de nuevo en enero, ¿qué les parece?

Por cierto: si van al Café Atico, pidan su café de cualquier sabor: todos saben a café, y solo café.