La mañana comenzaba a terminar y, con ella, dimos nuestras últimas rondas por el parque Eigamura.
La Casa de los Espantos. Debo decir que, incluso si te cobran extra por entrar, sí vale la pena. Es decir, sí hay un esfuerzo realista por espantarte; no es una casa de la risa con tema de miedo, vaya.
Satomi y Minori iban abrazadas, empujándose y deteniéndose entre sí, avanzando muy a fuercitas entre las puertas que se caían y los espíritus chocarreros. Fue divertido.
Hay toda una sección dedicada a los ninjas. No entramos a la representación.
"Tienda de los ninjas".
Una reproducción de un puerto. Nos explicaban que este es un escenario común en las películas de época.
Um... ¿letreros de "se busca"?
Tomamos un último tour por el parque, con este actor que (obvio) también ha participado en muchas obras de Toei, incluida una serie televisiva que se estaba transmitiendo en ese momento.
En este tour aprendimos tanto sobre la vida de de los antiguos japoneses, como de la de los actuales actores, que no se la pasan muy relajada en los sets de producción - a menos que sean muy famosos. Nos decía este actor, "yo mismo tengo que hacerme el maquillaje, y si llego a mojar esta carísima peluca, queda inservible..."
Una suerte de Nessie.
Foto de grupo.
En un monumento en el parque hay placas conmemorando muchas de las películas que ha hecho Toei.
Finalmente llegamos a la tienda de recuerdos, bastante grande por cierto.
Miren, dulces típicos de Kyoto. A esa monita la vi por todos lados, como que es una marca local.
Salimos del parque y ya hacía hambre. El metro en Kyoto no está tan funcional como en otras ciudades, así que tomamos un taxi; es caro, pero sale muy bien si vas en grupo.
Generalmente los taxistas son callados, pero si les preguntas algo buscarán la mejor manera de ayudarte. Este taxista era joven y se puso a platicar cordialmente.
Pasamos junto a varios templos.
Comenzamos a subir las montañas del noroeste.
Por fin llegamos a nuestro primer destino:
COMIDA.
Es una tienda que vende soba y udón. La diferencia entre ambos es el tipo de pasta usada, pero en sí ambos son caldos estilo ramen, con diversos ingredientes añadidos.
Té verde para todos, gratis. El frío de afuera contrastaba con la tibieza del lugar y el calor del té.
Esto fue lo que pedí yo: un udón de tempura. En efecto, eso que ven ahí es el empanizado de un tempura, solo que por cuenta propia; también algo de cebollín y un camarón de buen tamaño. Abajo, el udón, que es una pasta gruesa.
Dos tipos diferentes de chile para condimentar.
Yum.
Las muchachas pidieron udón, que es esta pasta delgada y oscura. Este es udón con pollo...
...y este otro, con pescado.
El ambiente del restaurante, chiquito y familiar.
La muchacha que mira hacia afuera es la que te cobra; lo hace justo después de que haces tu pedido. Para eso lleva un cajoncito para las monedas bien curioso, parecido al que usan los choferes de camiones urbanos, pero más grande.
Algo de verdura acidulada nunca cae mal.
Terminando la comida, y siendo que había que aprovechar el tiempo, enfilamos hacia uno de los principales objetivos de nuestro día: el Pabellón Dorado.
Mañana: el Pabellón Dorado.
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