Y que llega la nochebuena. Mi hermano Rodolfo llegó en la mañana a saludar; andaba paseando a Sopa y a Kimchi, los pugs.
Acompañé a mi papá a hacer compras de ingredientes para la cena. En casa, el cocinado comienza desde dos días antes, pero aún faltaban cosillas por preparar.
Fuimos a la opción más cercana, Ley Independencia. En Saltillo hay una sola tienda Ley, pero está lejos de casa, así que ni ganas de ir. El ambiente de la Ley es tan característico, tan peculiar...
Los empacadores y sus gorritos navideños.
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Llegó Hiroko pasado el mediodía. Ella había podido salir hasta hoy del trabajo, y hasta hoy pudo llegar con nosotros. Fui a recogerla a la terminal turística y enfilamos de vuelta a casa. Me reportó que también se sentía mal de la garganta. Mi gripa seguía también en ascenso.
Lo primero que ella hizo al entrar al cuarto: revisar sus cosas, almacenadas ahí por varios meses.
Este fue el regalito que Cecy había dejado el día anterior a la puerta de la casa.
Las galletas eran de jengibre. No duraron mucho.
Mis papás comenzaron a preparar el pavo. En la casa no se hace el pavo relleno completo, sino que se desmenuzan piernas de pavo (puestas a cocer el día anterior) y se sazonan; el relleno se sirve aparte.
El pavo con la mantequilla que servirá para sofreírlo.
Mi madre tiene una colección de imanes en constante expansión en la puerta del refrigerador.
Para la hora de la comida, el pavo y el relleno navideños estaban listos, así que tuvimos un avance de lo que vendría en la noche.
Pavo a la derecha; a la izquierda, relleno de carne molida con pasas, almendras, apio y otros ingredientes que mi papá no me quiere decir. Eso sí, este año faltaron las aceitunas negras.
La comida fue acompañada con café para el frío y con la programación de TV Azteca, permanentemente prendida en casa de mis padres.
Había un concierto de La Academia o algo así.
El ocaso vino pronto y ya era de repente la hora de ir a la misa de nochebuena.
Mucho tiempo había pasado desde que había visitado mi parroquia local por última vez. Este edificio, el que alguna vez consideré mi tercera casa (la segunda era la escuela o el trabajo) y en cuyos terrenos conocí a Dios y aprendí el valor de la amistad; este lugar que me dio tanta formación y que me reunió con tantos amigos y tantas personas valiosas... ahora luce renovado, más grande y recuperado de los estragos del temblor de principios del 2011.
Fue muy significativo para mí venir a *esta* misa en *esta* parroquia, y aún más estar con Hiroko y mis papás. Dado que Hiroko no viene de un país occidental, la ceremonias cristianas son algo ajeno a su cultura. Por eso aprecié aún más que haya aceptado ir al rito.
Al final de la misa, un padre que no conozco sostiene a la efigie del Niño Jesús para darle el tradicional beso. A la derecha, el Padre Horacio, que creo que no me vio (o no me conoció).
Mientras tanto, el coro cantaba. El ya legendario Coro de María Niña suena mejor que nunca. Para mi fortuna pude saludar y abrazar brevemente a Lucy y a Lily (a la izquierda, con guitarras), así como a Diana, que no salió en la foto; las tres, coordinando con saltitos y energía como en los viejos tiempos. Diana hoy día estudia (o ya terminó sus estudios) para ser soprano profesional. Lucy y Lily tienen sus profesiones, pero son mejor conocidas en el internet por hacer doblajes de canciones otakus - en donde también cantan como los ángeles.
Hace varios años, yo pertenecí no a este, sino a otro coro, el juvenil, llamado "Angelus". Muchos de mis mejores amigos los hice ahí y en el grupo "Medalla Juvenil"; ya en mis veintes fui parte de Liturgia Juvenil. Hoy, los miembros de mi generación nos hemos desbandado, de modo que no pensé que pudiera verlos.
Así que fue una gratísima sorpresa encontrarme al menos a algunos de ellos. A la izquierda, Violeta, otra de mis "hijas" y mi ex-compañera en Liturgia. A la derecha, Víctor Calderón, antiguo miembro del coro, guaymense, ingeniero, rondallero de corazón y buen requinto.
También vi a Joaquín (que me dio catecismo!) y su esposa Celia, así como a otros amigos que no alcancé a fotografiar.
Hacía frío. Había que regresar.
Sí que hacía frío.
De regreso a casa, checamos los regalos...
y luego omg comida navideña.
Jamón cocinado precisamente en su punto... y en el microondas, ¿qiúbo?
A la izquierda del plato, la ensalada navideña de repollo, zanahoria rallada, pasas, manzana y solo un poco de mayonesa.
El necesario ponche navideño - o "calientito", como le decimos, quizás porque en Guadalajara, de donde es mi mamá, así le dicen.
Tras la cena acostamos al Niño Dios local tras un "Duerme y no llores" abreviado.
El niño ya nacido.
Acto seguido, los regalos, que si bien pocos, fueron con el corazón. Ya habrán notado que los asistentes a la cena fuimos pocos. En tiempos pasados la casa se llenaba, pero hoy día todos andamos desvalagados. Con todo y eso, hubo regalitos.
Esto fue el regalo de Hiroko y mío para mis papás: una azucarera artesanal de porcelana, hecha en Guanajuato.
Yo, con el regalo de mis papás... me pregunto qué habrá en esa caja.
Hey, mis papás me lo dieron con el corazón, no se burlen.
Mi mamá recibió un disco de Yuridia de La Academia, según ella la artista más importante de México (porque TV Azteca no deja de decírselo).
También un kit de baño.
Para mi papá, de mi mamá, un juego de su loción favorita.
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Domingo 25.
Hiroko tiene la gripa a todo galope y no se levanta de la cama. Yo decido que quiero terminar con la mía y me quedo en cama también, casi por el resto del día.
Carlos, Piti y sobrinos vinieron a visitar. Su regalo de parte nuestra también fue cerámica: una cremera.
(Los regalos estuvieron configurados de tal manera que si quieren el juego completo, toda la familia tendrá que reunirse, juar juar.)
Piti me hizo el gran favor de darme raite al Soriana más cercano para poder comprar cierto medicamento mágico que en el pasado siempre me sirvió contra las gripes. No estaba dispuesto a irme a Japón con esta batalla perdida, no señor.
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Durante un rato fuera de mi letargo, ayudé a desahogar parte de mis triques. Encontré cosas como la computadora que usé durante mis años de universitario (mostrada abajo); noten el floppy drive, el CD externo de 24X y el botoncito de "turbo". También encontré el chasis de mi antigua 286, la primera computadora que hubo en casa.
Ambos se fueron por fin a la basura.
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Lunes 26. Hiroko se sentía mucho mejor; tras casi un día entero durmiendo, sus defensas habían hecho el trabajo. Las mías no avanzaron tanto en la lucha, ni con sus refuerzos, pero sí me sentía mejor que el día anterior. Con tal, fuimos a desayunar.
En el Oxxo cerca de casa de mis padres, un anuncio de los "seguros express" para automóviles en EU que Bancomer ofrece. Estos seguros se compran y activan casi como una tarjeta telefónica; se paga en caja, se llama a cierto número de activación y se otorgan ciertos datos. El paquete que te venden incluye cobertura para uno o tres días por daños a terceros al manejar en EU, que es un requisito para circular en California desde hace algún tiempo; también incluye un larguísimo contrato que dudo que alguien lea.
Un lugar llamado "Sushi Bar" no suele parecer propicio para desayunar, pero Roberto, uno de mis mejores amigos, músico, maestro y antiguo coordinador de mi coro, lo recomendó ampliamente, así que ahí nos vimos con él.
No sé por qué traía esta cara.
El lugar estaba vacío cuando llegamos, pero el servicio no fue especialmente rápido. Con todo, debo de admitir que fue un buen concepto, bien armado, aunque copiado vilmente de franquicias como IHOP - sin sucursal en Mexicali, pero sí en el vecino Valle Imperial, en California.
Muchas opciones para ser tan temprano.
Roberto está más calvo de lo que lo recordaba, pero sigue con un corazón tan alegre como el de su hijo, Robertito - quien es un verdadero remolino.
Mi omelette era "hawaiiano"...
...jamón, queso, tocino y piña envueltos en una tortilla de huevo. Raro, pero rico.
Pobre Robertito, tardaron tanto en traerle su comida que se desesperó del hambre; para cuando llegó el desayuno, ya no lo quería. "Sí es cierto, no está bueno el chorizo", diría luego el papá.
El plato de Hiroko incluyó sushi, verduras y arroz. "Sushi con arroz es doble arroz", dice ella, pero igual y estaba muy bueno.
Quizás era bueno que no hubiera nadie más en el restaurante. Tuvimos intimidad para platicar y Robertito tuvo mucho espacio para brincar.
"Venimos del estadio de beisbol, pero no me vendieron los boletos", decía.
La del recuerdo nos la tomó el dueño, que siempre estuvo al pendiente de nuestra mesa.
Ha habido cambios en la vida de Roberto, pero se ve tranquilo y contento. Me da mucho gusto por él. Roberto es uno de esos amigos que se quedan para siempre en la vida de uno, no obstante cuánto tiempo pase sin vernos. Así como Ilih (a quien no pude ver en Tijuana, ni a su esposo Hiram y a sus niños) y otros varios amigos más. De ahí que, especialmente, quería ver al Bobby durante esta visita.
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Tras el desayuno fuimos a conseguir regalos para llevar a Japón.
Este minarete está junto a un centro comercial.
La Plaza Calafia, otro símbolo cachanilla, una gran plaza de toros para una ciudad que no es eminentemente taurina. Mientras no he estado en Mexicali, crearon este mural en su pared externa, del cual solo se alcanza a apreciar un pequeño fragmento en la foto; las letras forman el nombre de la ciudad.
Manejando la camioneta paterna.
Por azares del destino llegamos a Ley Independencia. Tienda, nos volvemos a encontrar.
Salsa de Soya Ley... no muy buena idea para llevar a Japón, supongo.
Nunca ha sido tradicional en mi casa, pero la Salsa del Pato (de tomate, picosita) es un elemento cultural bajacaliforniano.
Terminamos llevando productos que más bien nos hacían parecer que nos preparábamos para una fiesta o, peor aún, que hacíamos las compras de la semana.
Una vez hecho esto, a terminar la maleta. Aún había suficiente espacio, pero comenzaba a sospechar que quizás no debí ser tan necio en la idea de no llevar otra maleta más.
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El día se iba terminando y con él, nuestra estancia en Mexicali. Se sentía ya el aroma de la nostalgia, de saber que te vas cuando apenas vas llegando. Pero decidí no tomármela tan pesada; a fin de cuentas, lo que se pudo hacer, se hizo con gusto; lo que no, bueno, siempre sirve como motivo para regresar.
Comenzaba a caer la tarde cuando Hiroko y yo invitamos a mis papás a comer en La Plazita, un lugar nais de comida mexicana.
Estoy consciente de que el nombre tiene una falta de ortografía. Me pregunto qué obsesión tendrán los restauranteros con las faltas de ortografía.
El lugar es típico para desayunar, pero tuvimos suficiente espacio para la comida.
Hiroko y yo seguíamos llenos del desayuno, que fue tarde, fue opíparo y se ajustó a nuestra hora de comida. Así que los únicos que comieron en ese momento fueron mis padres.
Enchiladas para mi mamá...
...filete de pescado para mi papá. En Mexicali sí se puede conseguir pescado fresco, casi siempre.
La calidad de La Plazita nunca decepciona. Hiroko y yo pedimos para llevar.
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Debido a ciertas cuestiones familiares, no me había animado a ir a casa de mi hermano Rodolfo. Pero no quería irme de Mexicali sin verlo a él, a su esposa Alma y a mis sobrinos. Así que fuimos un ratito, ya en la noche.
Mis tres sobrinos, hijos de Rodolfo y Alma, ya están grandes. Uno de ellos es Luis, el que puso el negocio junto a mi casa y a quien había visto en días pasados. En este momento, sin embargo, solo estaban mi sobrina Brianda (a la derecha), la novia de Luis (al centro) y el novio de Brianda.
Aquí mi hermano Luis. Solía vivir en esta casa, pero ahora vive independientemente. Me gusta pensar que Luis es un solterón empedernido y codiciado. Mi hermano siempre se ha llevado la vida tranquila, serena, y eso es algo que siempre admiré de él, no obstante el caos que a veces se desempeñaba en la vida familiar o la laboral.
Acá Rodolfo, a quien ya habíamos visto al inicio del post. Solo es uno o dos años mayor que Luis, pero sus canas delatan las preocupaciones que ya han pasado por su vida. Como una de las dos cabezas del Instituto Cucapah y como estudiante de derecho en la universidad (ahora que puede), con todo, mi hermano conserva su humor franco y su acento bien norteño.
La foto de los hermanos. Lamenté no haber podido ver a Alma, que había salido por el momento; nosotros no podíamos quedarnos mucho rato con mi hermano, puesto que era menester dormir temprano. Tampoco vi a mi sobrino Daniel, el menor de la dinastía y que, en apariencia, andaba noviando.
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La comida del mejor restaurante ya no luce tan buena cuando te la recalientas en un plato de poliestireno (o foam, como toda la vida he estado acostumbrado a decirle; condenada contaminación cultural).
Con todo, el huitlacoche es huitlacoche.
Y así se acabó el día 26, y con él nuestra estancia en Mexicali, en la casa que me vio crecer, con mis padres, con mi gente, con mi cultura, ya habiendo refrescado el recuerdo del "de dónde vengo".
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No sin cierta amargura (y más desvelo), antes de subir a la camioneta para ir a tomar el autobús, tomé mis últimas fotos del terruño en este año.
Mis papás se quedaron ahí el tiempo suficiente para cerciorarse de que todo fuera bien con nuestro pasaje, y aún nos acompañaron a hacer cola para subir al Intercalifornias que pronto nos llevaría a Los Angeles.
Nos dieron su bendición. nos pidieron nos cuidáramos, sobre todo con esa gripa. (Para este punto Hiroko ya estaba recuperada; yo andaba mocoso.)
Momentos después, el camión de segunda, al que no le servía el reproductor de películas (bendito sea Dios) arrancó e hizo lo que pudo para llevarnos por el camino hacia la metrópolis angelina, donde pasaríamos la tarde y la noche, para luego tomar bien temprano el avión en el que cruzaríamos el Pacífico.
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Mañana: La travesía para llegar y las aventuras nocturnas en la Ciudad de Los Angeles.
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