2 nov 2005

Un epílogo, o: hay que morir para vivir

Hoy, que es día de los muertos, algo murió en mí. Y luego ese algo me revisitó como ánima y desde entonces sigue conmigo.

Um... no. Esa tal vez no es la manera correcta de expresarlo.

Verán, ese algo no murió. Simplemente ahí está, herido de muerte de repente. Quise disimular, pero eso nunca me sale.

Pero a fin de cuentas, ya no sangra: no porque haya muerto, sino porque la única voluntad que pudo conceder un descanso al dolor, una solución a la presión en la que yo mismo me metiera... vino y me visitó. Puso su mano en mi herida y me dijo, "te entiendo". Logró en cinco minutos lo que en otras ocasiones me ha costado meses y mucha sangre.

Aún estará convaleciente, esa parte de mí, durante un buen rato, pero ahora sabré que ese algo está en una cama de hospital, con el suero al lado y una sonrisa débil, pero certera, con los ojos cada día más brillantes. Puede que tome una semana o algunos meses, pero se levantará. No es un lecho de muerte.

A esa persona...

gracias por dejarme descansar y soltarlo todo, depositarlo en las manos adecuadas, en el momento preciso. Gracias por estar ahí.



Feliz día de muertos a todos.

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